Cuando la vida nos pone a prueba, podemos soportarla y agregar perseverancia a nuestra fe, o podemos fallar y culpar a Dios y a los demás por nuestro fracaso, y en el proceso ceder a la tentación y volver a vivir un estilo de vida pecaminoso. Pero elegir lo segundo nos impedirá crecer espiritualmente y nos conducirá al autoengaño porque la fe que no se expresa en acciones no es en realidad.
